HISTORIA DE MI BUMERÁN
Todos
tenemos objetos amados de nuestra infancia y objetos que nos marcan y que de
algún modo nos definen. Uno de los objetos más valiosos de mi infancia es el
bumerán.
Cuando era
pequeña, sorprendía a mi familia hablando de viajes a lugares remotos que leía
en mis libros o que veía por la televisión. Era curioso, porque cuando apenas
sabía hablar, ya hablaba de ello y pensaba que iba a dedicar mi vida a viajar y
a descubrir mundos nuevos. Otra costumbre que tenía era la de pedir regalos
excéntricos que pocos niños pedían. Entre ellos estaban los libros, los
bumeranes o el telescopio de mi primera comunión. Cuando se aproximaba la fecha
de mi primera comunión y me preguntaban qué regalos quería, yo decía que me
diesen dinero porque quería comprar mi primer telescopio. Ya tenía libros de
divulgación sobre astronomía, un planisferio celeste con el que guiarme y un
padre, también aficionado a la astronomía, que veía con entusiasmo la idea de
acoger un telescopio en casa. Y con él llegamos a observar Saturno, que aunque
diminuto ante sus lentes, nos ofreció el inolvidable espectáculo de sus
hermosos y enigmáticos anillos.
Más adelante intenté manejar otro objeto más
indisciplinado: el bumerán. Desde que observé en dibujos animados y
documentales su movimiento hipnótico de ida y retorno a las manos de su amo,
quise hacerme con uno de ellos. No me gusta la caza ni la idea del bumerán como arma de caza, sino
como pasatiempo. Me gustaba la idea de domesticar ese objeto y lanzarlo
haciendo que volviese a mis manos y sentirme con el control. Sin embargo,
después de dos bumeranes extraviados y de su evidente insubordinación, decidí
no perder mi tercer bumerán solo para sentirme su dueña. Mis bumeranes eran de
distintos materiales, distinto peso, textura y colores. Verdaderamente bonitos
como adorno y como símbolo de la existencia de culturas y costumbres lejanas.
Mi último bumerán tenía el fondo verde y dibujos en colores llamativos que
evocaban las pinturas de los aborígenes de Australia. Lo coloqué en el corcho
de mi habitación, como adorno y porque tiene un gran significado inherente para
mí. En realidad ningún adorno que yo coloque está desprovisto de significado,
aunque otros vean un objeto y nada más. A la hora de hacer un logotipo para
empezar a trabajar como traductora, me aconsejaban que buscase algo que me
identificase. Pensando con la ayuda de mi familia, fuimos rescatando recuerdos
e intentando definir qué tenía que ver con mi personalidad y qué no. Llegamos a
la idea del bumerán y pensamos que también podía tener una simbología
relacionada con las lenguas y la comunicación. La comunicación también tiene un
movimiento de ida y retorno. Implica reciprocidad: lo que tú envías no se queda
en el aire y siempre vuelve, aunque sea con una forma diferente. Cuando
preguntas, recibes una respuesta y si la respuesta es el silencio, también eso
es una respuesta y es interpretable (si el bumerán no vuelve, tenemos que
plantearnos por qué y si podemos recuperarlo).
Para obtener información sobre mis servicios: http://elisam-translator.com
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